Friday, May 26, 2006

Pobre Leo


Hice un intento en vano por llegar a tiempo. Salí exactamente 60 minutos antes de su proyección. Una revisión rápida de mi indumentaria y aspecto físico, mejorado con la técnica de la "cachucha" o gorra de pelotero, me permitió apresurar el paso hacia la parada de bus más cercana. Casi con la misma exactitud (o suerte) de Robert Langdon, pude tomar el transporte que me llevaría a ver la novela-cinematografiada más polémica de la historia. Que el autobús llegara en el momento justo, fue casi de película.

Los 60 minutos me permitieron imaginar muchos párrafos. También me ayudaron a pensar en Sophie, en su pelo castaño, su acento francés, sus trastornos de niña, su audacia policíaca. Hubiera querido soñar más con ella pero cada parada me distraía, y el sube y baja de los pasajeros me acordaban a Silas, al sufrimiento de su paciencia, a la flagelación de su intolerancia, a sus tropiezos con la carne. Llevaba en mi cabeza un cryptex a punto de romperse, y aún así no pensé que el vinagre de la multitud podría dañar el papiro de mi boleta de entrada.

Al estar allí, una sola frase confirmó mis temores: "El Código Da Vinci: no hay plazas". Me sentí como Fauche cuando fue burlado en el Louvre; igual que Leigh Teabing cuando cae de rodillas en Westminster Abbey; sentí casi lo mismo que Dan Brown cuando acudió a juicio por plagio. "Esto tiene que ser un relajo" me dije. La fila humana avergonzaba en longitud.

Si Los Templarios supieran, hubiesen entregado el cuerpo de la Magdalena a tiempo para que no se pudriera; hubiesen intercambiado el secreto de todos los trastornos cristianos por un asiento en el cine, un combo de palomitas grande, refresco y chocolate, y ver sus nombres en la pantalla gigante. Pero si a Leonardo le hubieran dicho, habría pintado la Mona Lisa en formato de mural, para poder esconder en ella frases más largas, mentiras impiadosas y una gran sonrisa burlona que revelaría el "part II" de su imagen de marca.

Los millones corren en unos cuantos bolsillos, a cuenta de lectores, fanáticos, cinéfilos y muchos ignorantes fervientes. Dudo que algo de ese dinero se invierta en, al menos, limpiar la tumba de Da Vinci en Amboise (o siquiera llevarle flores). Quedaría mejor depositar sobre su lápida unos "clippings" de prensa para que se entere del código de éxito que ha generado su nombre. Pobre Leo.

4 Comments:

At 12:09 PM, Anonymous Anonymous said...

Y eso es así, recuerdo que cuando se filmó Pactch Adams, Robin Williams no pasó ni medio dólar para la fundación Gesundheit de este doctor, tampoco la productora, ni el estudio, nada de nada, y sin emabargo lucraron mucho.

Leonardo seguro se revuelca ahora en su tumba y los templarios se autoflagelan con sus huesos...

Por ahi hay una frase que dice "Jesús me dijo, que me riera..." creo que ante este film solo podemos hacer eso...reirnos... Aviiiisspaaaaaa

 
At 10:36 AM, Blogger gisellita® said...

eres hermano de eduardo?

 
At 8:24 PM, Anonymous Anonymous said...

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