Friday, October 27, 2006

Un pedazo de mí


Todo empezó en la zona caliente. Mis sueños se derretían entre cada bandeja de “pintxos”, cada vaso de hielo y entre el penetrante silbido del montacargas. Uno por uno llegaban los pedidos: “Cuatro pepsis, dos cañas, una copa de cava y tres tintos”. Mis manos temblaron la primera vez en servirlos; sudaron la segunda vez; y la tercera parecía que ciegamente cumplían la tarea. Luego llegó la faena, y entre un brasileño y un filipino, escuché los gritos: “Cuatro caiñas, uña coipa de chinto, uña de blanco, dosh kas naranya y uña pepsi light.” El filipino, en idioma chino, dijo: “oído, dos copa cava, tres caña, un capuchino, dos vino blanco”.

Así transcurrieron las 8 horas más largas de mi vida: entre montaditos y pinchos, tapas, cervezas y botellas de vino. Claro está, ninguna de ellas las disfruté yo. Todo eso se los comieron los “guiris”, los franceses, los italianos (pésimos en dar propinas) y uno que otro catalán (por igual caen en sus codos a la hora de aflojar un céntimo). Esta es la forma en que pago mi renta, compro mi comida y duermo todas las noches. “Curro” la tanda de la tarde en un bar de Barcelona. Es como si la sintaxis de dicha palabra compuesta significara trabajar en un “Bar” donde los “celos” de no tener “ná” de oportunidad en un empleo de tu campo profesional es ley de vida. Y esta es la razón por la cual un periodista sirve tragos a alemanes (y alemanas), a ingleses (todos viejos) y a algunos islandeses (bastantes simpáticos), para no morir de hambre ni caer en la desesperación en un país extraño.

Llevo 18 días en esto, y si no fuera por la fascinación de cobrar mi primera paga, no sé qué otra necesidad me mantendría en vilo. Soy fruto de una estrofa que reza “buscando visa para un sueño”, y sin embargo la nacionalidad italiana que heredo me permite prescindir de malpasar, y al mismo tiempo estoy sin encontrar mi trabajo soñado. Friego los platos y vasos porque hay que hacerlo; sirvo los tragos porque los piden; traigo y saco bandejas de picaderas porque el montacargas los chilla; cobro cuentas ajenas para poder pagar las mías; y aún así tengo 6 meses sin ver a mi consorte, sin dar un beso, sin sentir el olor de sus cabellos y muchos menos el de su piel. Hago lo que tengo y quiero lo que no está. Tener lo que se puede y desear más allá.

En fin, mañana será otro día que comenzará a las 5 y terminará a las 2 (de la madrugada). Puede ser una cervecita o un cubata con cola, los servicios están al fondo, or you just take a plate and serve all the “pintxos” you’d like. Repetir lo mismo una noche es hacer lo mismo al día siguiente. Al cliente le cuesta €1,50 ó €1,40. A mí me cuesta un pedazo me mí.


Thursday, October 05, 2006

Look who's talking!

To remember my first few months in Barcelona is to go back in time when I had to wake up for an early show stravaganzza in a classroom full of women (in a master nobody clicked to or expected to get any better). With my cellphone-alarmclock and it’s electronic “Vienna Waltz” I’d jump in the shower and sign the assistance sheet right in the nick of time. Unbeknownst to me a larger force was going to change completely my sleeping schedule and routine...every hour of the day.

It seemed a newborn baby had just been the joy of a somewhat called “normal” family in Cataluña. The diminutive and helpless human being (with no other way of expressing its feelings of happiness, anguish, hunger or even vowel movements) discovered an accurate line of attack: crying with all his mighty power and tiny lungs.

So every morning, afternoon or nighttime I’d have a concerto of “aahhs” and “eeeghs” and the heart stopping encore “waaaaahhh”. Weeks flew and many months added but the little infant carried on with its endless overture. Without knowing its sex, he/she became a human being with hidden identity. Every now and then I’d come across some “friendly Catalan” neighbors carrying a child. It would take all my effort in trying to make the creature emit sound but all in vain. No recognition was ever a success. I’d try to be witty, always was funny and never disrespectful, but all I got in return was the most serious face you could ever imagine from a 90 day-year old.

Just recently, as the cold days begin to surround the city (again), I’ve noticed that some of the baby’s crying has been modified to yelling. Now instead of screams of distress I hear claims of demand. The newborn has turned into a toddler. Or maybe worse: a kid!

The point in my saying (or writing) is that life is as it is. Time doesn’t stop for no one, unless you’re dead. Life goes on and on without telling anybody what to do say or ask. It either could be the crying of a little one or the weep of an adult. Either way time slips through our hands and all we can do is remember. At first he/she was gurgling and now look who’s talking.