Wednesday, April 25, 2007

En este país




En este país hay de todo. En este país se puede todo. En este país caben todos, con nombres y apellidos. Hablar de racismo, discriminación, rechazo y maltrato es hablar de nosotros mismos. No hay que ser haitiano, chino, italiano, colombiano o dominicano para sentir en carne propia el insulto de nacer negro, blanco, trigueño, feo, pobre, bruto e indigente. Pero en este país hasta el más desalmado sale al frente. Se levanta antes que el Sol, se tira encima una jarra de agua, desayuna con saliva y hambre para emprender con tesón su jornada laboral. En este país cualquiera cumple sus deseos. El sueldo mínimo alcanza para activar celulares de último modelo, cámara integrada y sonido mp3. En este pedazo de isla vivimos más de lo que somos, y faltan muchos más de los que están. Que no me hablen de ignorancia, que nadie ignore la verdad, que no me digan los de afuera que en este país asesinan a la humanidad. Somos el engendro de una historia dividida, el producto de sangrientas luchas por la conquista territorial y el resultado de compartir dos habitaciones en un mismo hogar, separadas por una cortina de agua .

Wednesday, April 18, 2007

Soledad, aquí estoy





Soledad que me arropa
cuando no estás a mi lado, cuando todo se agota.


Soledad que me extingue,
cuando tu risa no me provoca y todo lo que busco se pierde.


Soledad que me aísla
cuando tus ojos se cierran, cuando tu voz no me canta.


Soledad que me embrutece
si tu piel no me enseña el hambre que me apetece.


Soledad en silencio,
cuando todo se ha dicho, cuando susurro a mis adentros.


Soledad que me mortifica
al pasar cada día, al esperar cada sueño.


Soledad que me impacienta
porque llegue lo que no tengo, y muera en tu caricia lenta.


Soledad que ahí viene,
ebria y jactada sobre mí, que no se detiene.


Soledad que me acompaña,
cada día, cada noche, entre desvelo y madrugada.


Soledad que me toma,
por sorpresa, por pendejo, a falta de tí, pesada como gota de acero.


Soledad que me hiere
cada minuto, en cada costilla como corazón que se pierde.


Soledad de uno, de dos.
Soledad de hacer falta, de querer amor.


Soledad que mancha, que deja fulgor.


Te veo venir. Soledad, aquí estoy.

Monday, April 02, 2007

Un domingo cualquiera


Entramos agarrados de la mano dentro del discreto monumento. Era la tarde de un domingo cualquiera, y a pesar de que sobran motivos y lugares donde esparcir la mente, nuestra agenda de ocio estaba en blanco. Dentro del mausoleo las tres figuras parecen mirar con cierto desaire a cada visitante, quizás por el cansancio de los años, o tal vez por el rumbo actual que ha tomado el país por el cual lucharon tanto. No aparecen identificados con sus nombres de pila. Por eso es que Juan Pablo, Francisco del Rosario y Matías Ramón son más reconocidos por sus apellidos Duarte, Sánchez y Mella, respectivamente. Esta famosa trinidad reposa en un solo nicho encabezado por una debilitada llama ardiente, que a mi interpretación es un símbolo irónico de nuestro convivir social, político y económico.

Claudia inclina su cabeza para mirar dentro del foso. Yo la imito e inmediatamente viene a mi memoria la tumba de Bonaparte en el recinto de Les Invalides en Francia, pero sin las condiciones magistrales ni la madera preciosa ni mucho menos la solemnidad. Pero ahí están ellos, los tres Padres patrióticos: el rico, el blanco y el feo. Sudaron la inteligencia, derramaron pólvora de coraje al disparar la independencia y mancharon con sangre valiente nuestra libertad. El rico murió pobre y exiliado; el blanco fue arrastrado por disentería; y el feo, con la gallardía de ser negro, atrapó en su pecho las municiones de plomo del fusilamiento.

Mientras nos movemos sigilosamente dentro del Altar, una voz de autoridad nos anuncia que ya es hora de marcharnos. Y es justo en ese instante cuando tres militares de carrera, en uniforme de gala y turismo, detienen sin esfuerzo alguno todo movimiento terrenal para arriar la bandera Dominicana del asta que la sostiene. Aún tomados de la mano, Claudia y yo enfrentamos dentro del panteón a la Puerta del Conde, que abre y cierra el casco antiguo de la ciudad, y cuyo umbral ha sido testigo de innumerables acontecimientos alegres y de combate. Cuando un grito de atención saltó de la boca del oficial, y aquél lugar parecía venerar silenciosamente en respeto, sentí cómo nuestros dedos se apretaban. Las palabras no fueron necesarias para transmitir el orgullo, para describir la emoción ni para recordar lo que dicen los libros de historia. Ese momento había que vivirlo y no tuve que morir en el intento.



Tres banderas flanqueadas con el rojo, azul y blanco fueron puestas a dormir, igual que el sueño con el que durante 163 años nos hemos desvelado como nación libre e independiente. Hace falta otro trabucazo que nos despierte del letargo. Necesitamos entender quiénes somos para saber a dónde marchamos. Mientras, mi orgullo Dominicano se perdió nuevamente un domingo cualquiera, en el Parque Independencia.