Tuesday, September 05, 2006

Panegírico para un día como hoy


Había sido un fin de semana muy triste. No estaba en nada ni nadie pero en mil cosas a la vez (viaje de estudios a Barcelona, tácticas de "lobbying" en el puesto laboral, homologación del título, papeleo para el préstamo). Aquél sabado en la noche acompañé a la viuda para que no durmiera sola. La verdad es que ni la abuela ni el nieto durmieron en toda la noche. Un aire fañoso se respiraba y ambos enjugábamos las lágrimas con las almohadas. Creo que ninguno se atrevía a preguntar y los dos sabíamos qué sentía cada uno. No cabía duda de que Nana estaba derrumbada y supuestamente yo estaba allí para soportarla, sin darme cuenta que le seguía los pasos en el derrumbe.
Muchos besos, muchos abrazos, muchas coronas, muchas personas. Caras insignificantes, rostros familiares, palabras consoladoras y millones de explicaciones a preguntas que todavía quedan sin contestar. Esperando por una guardia de honor que nunca fue, se tomó la valentía de visitar el Cristo Redentor y enterrar nuestras penas por primera y última vez.

Ante una tumba de cemento, frente a un sarcófago maltratado procurando evitar su profanación, rodeado de personas que se derretían bajo el Sol, recuerdo que dije esto:

“Reunir palabras en esta mañana que te puedan servir de despedida me resultan muy dificultosas. Considero muy cuesta arriba decir adiós a un hombre cuyo afán era siempre saludar y dar la bienvenida. No puedo hablar de proezas tuyas cuando eras joven ni describir momentos pasados antes de que yo naciera que se refieran a ti. Pero sé y estoy seguro que cada una de las personas que te han acompañado hoy hasta aquí guardan un recuerdo especial tuyo. Algo moviste y tocaste en la vida de cada uno de ellos que ahora mismo sienten cariño, admiración y respeto por ti. No me han sorprendido la cantidad de amigos, y no simples personas conocidas, que han querido expresar el dolor de tu partida.

Sin embargo, yo quiero hablarte de algo más sencillo, y lo hago en nombre de Eduardo, de Franche, de Susy, de Alex, de Carlitos y del mío propio. De todas las profesiones que ocupaste, ya sea la de comerciante ferretero, piloto, entrenador de esquí sobre agua o ciclista consuetudinario en el Parque Mirador, el trabajo que mejor llevaste a cabo, la profesión por la que verdaderamente te esmeraste, fue la de ser un Abuelo a tiempo completo. Creo que en ella fue que te sentiste más a gusto. Creo que nosotros fuimos para ti un escape a la vida diaria, y en cambio tu fuiste un aliado para nosotros en cada momento que te necesitamos. Y créeme que no estoy hablando de apoyar nuestras malacrianzas, que me consta fueron muchas más que las que tuviste que soportar de tus propios hijos. Por eso, ahí quedaba demostrado que éramos tu debilidad y tú eras la nuestra. Siempre pensé que en nosotros veías un legado tuyo. Tal vez las cosas que nunca pudiste lograr, las veías reflejadas en nosotros y se tornaba difícil disimular tu orgullo.

Gracias por dejar en nuestras vidas experiencias inolvidables. Gracias por dejar tu huella tan firmemente marcada. Gracias por tus sabios consejos, que si en el momento considerábamos inapropiados, siempre nos servirán de lección en el futuro. Gracias, porque además de abuelo, fuiste un papá para Franche y Susy. Gracias a ti, ellas hoy son mujeres de bien y para el bien. Pero sobre todas las cosas, gracias por expresarnos tu amor auténtico. Gracias por tus abrazos, por tu firmeza, por tu forma tan peculiar de llamarnos por nuestros nombres con tu tono de voz alto y penetrante.

Hombres como tú no requieren de tributos, porque hicieron de la vida un trofeo. Fuiste siempre un caballero, y como buen caballero escogiste el momento adecuado para saber cuando marcharte. No te voy a negar que haces mucha falta y que sentimos tu ausencia.

Hoy estás junto al Padre de toda la eternidad, y desde allí descansarás con tranquilidad, sin ruidos que te molesten ni nada que perturbe tu sueño.

Muchos te habrán conocido como Gabriel, otros te recordarán como Gabito, pero para tus nietos serás por siempre, simple y sencillamente, nuestro querido Nano.

Anda tranquilo y anda en paz."
POSTDATA.
Te prometo que ésta será la última vez que hable de tí de esta manera. Ya es suficiente.

Saturday, September 02, 2006

Un día como hoy

Lo recuerdo tan vivamente como el corillo de una canción que no puedes sacarte de la cabeza. De esas cosas que perduran en la parte trasera de la memoria por días, meses y hasta un día como hoy, cuando transcurre un año.

Era un sábado como cualquier otro. Estaba con Claudia en Plaza Acrópolis, en Caribbean Coffee. Inmediatamente termináramos los “Irish Ice” cafés, iríamos a visitarlo. Tenía muchas ganas de verlo aunque me aterraba mirarlo agonizar. La forma en que había aprendido a esconder sus ojos detrás de los párpados me hacía entender que ya no quería formar parte de este mundo. Pero esta suposición mía la tenía guardada sólo para él y su silencio sin apetito.

De repente sonó mi (809) 440-0050.

- “¿Alou?”

- “Jorgito, es Mami…Papi se murió”.

Sentí como un balde de agua hirviendo me consumía internamente. Arrastraba todo lo que pensaba y me llevaba a pensar lo peor. Sólo bastaron milésimas de segundos para unir una idea con la otra. “¿Mi papá?” me dije a mí mismo, y parece que también lo dijo mi voz.

- “Jorgito, no…es Nano. Nano acaba de morir”.

La confusión se mezcló con una extraña sensación de alivio, alegría y un fuerte dolor de estómago. No era mi figura paterna la que me había dejado, y por ello estaba eternamente agradecido. No estoy listo para despedirlo y creo que nunca lo estaré. Sin embargo me acababan de informar que otra figura en mi vida había emprendido solo una marcha que únicamente caminan los muertos. Miré el reloj. Era las cinco menos cuarto.

Las lágrimas nublaron mi visión, los latidos en mi pecho cambiaron de ritmo y la desesperación por llegar a su lecho me hundía en la ansiedad. Estando allí me atreví a tomar su mano, antes fuerte como la de un luchador y en ese momento tan inerte y fría. No era él. La vida había expirado de su cama, de su bicicleta, de su carro, de su avioneta, de los helados que se comía, de la gente que hacía reír.

El 3 de septiembre del 2005 murió de un paro de amor, falto de oxígeno de cariño y un hambre de incomprensión mi abuelo Gabriel Antonio Ferrer Cuenca. Era un hombre (para mí) sin precedentes, simplemente porque era mi abuelo. Un día como hoy lo recuerdo, igual como lo hice ayer y de la misma manera como lo haré mañana.