Binbín artístico
Recuerdo que cuando visitaba los parques de la Plaza de la Cultura (antiguos jardines de R. Leonidas T. Molina), siempre me topaba con una loca que decía estudiar los huesos de pollo. La mujer, que parecía un trapito de cocina, tenía la vida curtida. Pero su hobby de criminología sobre el deceso de gallinas y su estructura ósea la mantenían seriamente ocupada. Y así podríamos escribir cientos de anécdotas sobre locos particulares, personas que no tienen otro oficio al qué dedicarse, y cuyas vidas le han devuelto la cara más sucia de la moneda.
Sin embargo, en medio de este trajín de vida, hay ciertos dementes que buscan otros tipos de pasatiempos. Mientras mueren los niños libaneses, entretanto sube el barril de petróleo y baja la popularidad de Bush, Evo y Calderón, hay un loco australiano que pinta cuadros con su pene. Ni perderé tiempo en escribir su nombre, pero sí en el apodo que lleva: "Prickasso" (¿As in prick, asshole?).
Este pincel de carne humana delínea rostros, oscurece sombras y dibuja con inusual detalle la imaginación de un maricón autodidacta, que en vez de servir a los cuerpos de paz, busca su espacio publicitario mediante la pictografía fálica. Y peor aún, sus obras se cotizan desde los $250 turuluses verdes.
¿Qué le dirá su urólogo cuando le encuentre pintura de aceite hasta en los testículos? ¿Cuál será el cuadro clínico de una irritación por acuarela en el tracto urinario? ¿Qué niveles de salpullido puede ocasionar un arcoiris de colores pasteles, tierra, primarios y secundarios? Y no pensemos en la superficie rugosa del canvas, por donde pasa la sensible cabeza del binbin artístico...
Eso es lo que se llama dar brocha.